miércoles, 3 de junio de 2015

Tercelete

Tercelete o arco tercelete es cada uno de los nervios (o arcos) de una bóveda de crucería compleja (de las propias del Gótico tardío) que va desde cada uno de los ángulos de apoyo (donde se une con los nervios o arcos diagonales) hasta las claves secundarias de la bóveda (dado que en estas bóvedas complejas hay varias claves de bóveda -habitualmente destacadas con un florón o con un pinjante-), uniéndose de dos en dos para formar un nervio secundario (llamado "ligadura" -lierne en otros idiomas-) que va hasta la clave central.

Además de su capacidad decorativa, funcionalmente sirven para sostener los témpanos de la plementería, que en estas bóvedas puede llegar a ser más amplia.

Las bóvedas de tercelete son un paso de complejidad intermedia entre las bóvedas de crucería del Gótico inicial y pleno y las bóvedas estrelladas, de compleja tracería (llegando a extremos de sofisticación en las bóvedas de abanico y las bóvedas pinjantes).

Terceletes y bóvedas de tercelete


Fuentes:
  • Diccionario de la lengua española (22.ª edición), Real Academia Española, 2001.
  • Lexique des arcs et voûtes. Fuente citada en fr:Lierne
  • Tercelete en La frontera del Duero.
  • Base Mérimée. Fuente citada en fr:Église Saint-Vulfran d'Abbeville
  • Georg Dehio: Handbuch der Deutschen Kunstdenkmäler. Bayern III: Schwaben. Rivisto da Bruno Bushart e Georg Paula, Monaco, 1989. Fuente citada en it:Basilica dei Santi Ulrico e Afra
  • Die evangelisch-reformierte Kirche Hinte. Fuente citada en de:Hinter Kirche.
  • Tercelete y Bóveda estrellada en Sevillapedia.
  • Bowerman, Anthony (1996), Chester Cathedral, The Secret Past, Chester: Chester Cathedral, ISBN 0-9522434-2-3.

martes, 2 de junio de 2015

Claude Monet, promotor del impresionismo

Claude Monet (1840-1926) representó el auténtico promotor de la nueva inquietud impresionista, a la que siempre se mantuvo fiel, sin vacilaciones ni desmayos. Había nacido en París, pero se crió en Le Havre, donde transcurrieron su infancia y adolescencia, y donde, después de orientarse hacia el cultivo del dibujo caricaturesco, se inició en la pintura al plein air junto a un buen paisajista: Eugéne Boudin (1824-1898), que la practicaba especialmente en marinas y en escenas de playa. Monet pronto aplicaría también a sus lienzos juveniles el vigor luminoso que infundía a sus acuarelas y óleos el holandés J. B. Jongkind (1818-1891), quien pintó durante largas temporadas en Normandía. Boudin, aunque mucho mayor, se incorporó después al grupo impresionista, al emplear, en muchos de sus cuadros, la digitación lumínica que caracterizaba las producciones de los jóvenes maestros que cultivaban esta expresión artística.

Un año después de su encuentro, en 1858, con Boudin (que señaló el inicio de su práctica de la pintura), Monet se había dirigido a París, en donde se sintió atraído por la pintura de Delacroix y por los paisajes de Corot y Daubigny Constant Troyon le aconsejó que tomase lecciones de Couture, el rígido maestro que había tenido Manet; pero Monet prefirió frecuentar la libre Académie Suisse en la cual los jóvenes artistas practicaban ante los modelos sin someterse a un profesor determinado. Allí encontró a Camille Pissarro, con quien concurrió a las reuniones que tenían lugar en la Brasserie des Martyrs, en la que Courbet y sus seguidores discutían, acerca de materias artísticas, con clasicistas y románticos.

Sin embargo, pronto tuvo Monet que abandonar aquel libre y efervescente aprendizaje parisiense para cumplir sus deberes militares en Argelia, cuyo ambiente no dejó de ejercer influencia en él; pero fue después de su licenciamiento, en 1862, cuando, al reanudar su contacto con Boudin, y en especial al pintar en Sainte-Adrésse (en donde entró en relación con el experto y directo paisajismo del holandés Jongkind), empezó a habituar su retina a una satisfactoria captación de lo que ante él se ofrecía.

En noviembre de aquel año se hallaba de nuevo Monet en la capital de Francia, y en la Escuela de Bellas Artes, en la "clase" de Charles Gleyre, conoció entonces a Renoir, a Sisley y a Bazille, con quienes trabó entrañable amistad. Con estos amigos iba entonces a pintar en el bosque de Fontainebleau, cerca de Barbizon. Después pintó también en la costa normanda, residiendo en la granja de Saint-Siméon, cerca de Honfleur, y puede afirmarse que por aquellos años su arte alcanzó ya madurez, lo que no tardaría en traducirse en la ejecución de grandes obras dentro de la corriente poscourbetiana que entonces Manet representaba. Son lienzos importantísimos, que prueban la profundidad del talento de Monet, sobre todo en la ajustadísima e inmediata evocación del ambiente al aire libre en que fueron pintados, a través de una casi inverosímil capacidad de traducir los más variados matices.

El artista producía, durante una estancia en Ville d'Avray, en 1866, excepcionales cuadros de figuras con paisaje, como el Almuerzo al aire libre, que hoy se halla en el Museo Pushkin, en Moscú (sugerido por el Déjeuner sur l'herbe, de Manet), y el portentoso lienzo titulado Damas en el jardín, luminosísimo a causa de la directa luz solar que lo inunda definiendo la riqueza de su cromatismo, obra (en el Musée d'Orsay) para cuyas cuatro figuras femeninas posó Camille, la compañera y después esposa del autor. Este lienzo de gran tamaño (que compró pagándolo a plazos Bazille y después fue de Renoir, hasta volver a su autor) había sido enviado por éste al Salón de 1867, en el que no fue aceptado por el jurado de admisión.

Obras de Claude Monet


Tras realizar este esfuerzo, Monet se halló (padre ya de un niño) en dificilísima situación económica, al extremo, según parece, de pensar incluso en el suicidio. Salvado de aquellas apremiantes circunstancias gracias a un admirador apellidado Gaudibert (de cuya esposa el pintor realizó un bello retrato, que se halla en el Musée d'Orsay), Monet volvió a recuperar sus bríos, y fue entonces, durante el verano de 1869, cuando pintando con Renoir el pintoresco tema de La Grenouillére, en Bougival, convinieron ambos en aplicar a sus obras la técnica que recibiría con posterioridad el nombre de "impresionismo".

Le Grenouillére de Claude Monet (Metropolitan Museum of Art, Nueva York). En el Museo Nacional de Estocolmo se conserva una obra de Pierre-Auguste Renoir con el mismo título y la misma fecha. Es posible que ambos artistas pintaran juntos sendos cuadros. En las dos composiciones se abandonan las formas sólidas y se utiliza una pincelada suelta, vibrante, donde el protagonismo indiscutible es del agua.

Los lienzos de ambos compañeros realizados sobre aquel tema se conservan, y dos de ellos (uno de Monet, en el Musée d'Orsay, y otro, de Renoir, en el Museo de Estocolmo) son especialmente significativos; en el de Monet, la respuesta al estímulo de la realidad se señala por el empleo de un lenguaje pictórico en el que los contrastes entre las tonalidades claras y las oscuras prestan, a aquella animada escena al aire libre, una intensidad que resalta tanto más ante el fondo (atenuadamente matizado) de los árboles que se divisan en el lejano margen del río, tratados como si los hubiera pintado Harpignies, en tanto que aquella versión del motif porRenoir constituye una evocación sumamente armoniosa, de una matización suave y aterciopelada, como la que se descubre en algunas de las composiciones florales que por entonces pintó su autor; pero en ambos lienzos la eliminación de los volúmenes corporales, y por decirlo así, de las formas definidas, así como la luminosidad espontánea -cual si fuese empíricamente lograda-, atestiguan la aparición de un nuevo método para transponer emotivamente, en pintura, la animación, momentánea y efímera, de las escenas reproducidas.

De hecho al contemplar ambas obras se asiste al nacimiento de la pintura impresionista, si bien en un estado en que tal pintura conserva todavía tonalidades intermedias, grises y parduscas, junto al realce de los contrastes que forman los blancos y azules intensos.

De 1870 data un documento pictórico que muestra muy vivamente la amistad que ligaba entonces a Manet con el grupo de sus jóvenes admiradores del Café Guerbois; es el cuadro de Bazille titulado L'atelier, expuesto en el Musée d'Orsay. Representa una visita de Manet al estudio que aquel pintor compartía, en la calle de La Condamine, con algunos de sus más íntimos compañeros. Figuran en este lienzo, con Renoir y Zola, el pianista y crítico Maitre y el autor de la pintura, que con Monet muestra al visitante una obra suya puesta en su caballete. La alta y desgarbada figura de Bazille, que en esta obra aparece junto a aquel caballete de pintor, habría sido trazada por el propio Manet en prueba de simpatía. Este cuadro es excepcionalmente valioso como documento, porque el artista que lo concibió dejaría de existir al cabo de pocos meses.

En efecto, Bazille murió en combate a poco de iniciarse la guerra franco-prusiana, en Beaunela-Rolande.

Perteneciente a una familia de terratenientes de las cercanías de Montpellier, Bazille fue un pintor de sensibilidad exquisita, cuyas obras no son muy numerosas porque murió joven; las mejores se conservan en el Museo Fabre, de Montpellier, o en el Musée d'Orsay, como el retrato colectivo, al aire libre, titulado Reunión de familia, pulcro lienzo realizado según la tónica de lo que se llamó la peinture claire, y Jovencita con vestido rosa ante un paisaje. Es indudable que, de no haber muerto tempranamente, este maestro habría sido una figura muy significativa del impresionismo.

La guerra franco-prusiana interrumpió inopinadamente, en julio de 1870, la actividad conjunta de aquellos pintores, retrasando con ello, sin duda, la evolución de su arte, ya que el grupo que habían entonces formado se desperdigó. Monet, que se hallaba en Le Havre al estallar la guerra, dejó de incorporarse a filas, y lo propio hizo Cézanne, quien abandonó París para esconderse en L'Estaque, en Provenza.

Después de la rendición de Napoleón III en Sedan, Monet se trasladó a Londres, en donde ya se hallaban Pissarro y Sisley. También se encontraba entonces en la capital británica el paisajista Daubigny, de más edad que ellos, y a través de él entró entonces Monet en relación con el joven y activo marchante Durand-Ruel, lo que resultaría decisivamente beneficioso para el pintor y para la mayoría de sus amigos. Monet pintó entonces en Londres algunos lienzos de paisajes del Támesis y del Hyde Park, y en el verano de 1871 pasó a Holanda, en donde ejecutó, entre otros cuadros, el titulado Molino en Harlem (Musée d'Orsay), con un gran campo de rojos tulipanes. Después regresó a Francia y fijó su residencia en Argenteuil, junto a París, a orillas del Sena, y permanecería allí seis años, no sin realizar algunas escapadas a Normandía y a París.
Regata en Argenteuil de Claude Monet

Regata en Argenteuil de Claude Monet (Musée d'Orsay, París). El agua ondulante que ha pintado Monet ocupa la mitad inferior del lienzo, en la que se refleja la otra mitad del cuadro, las embarcaciones y el paisaje de Argenteuil. Los tejados están pintados en un tono monocromático puro, y las velas de las barcas en un blanco purísimo que hace reflejar la luz del sol.

Esta prolongada estancia de Monet en Argenteuil, acompañado, en 1872 y 1874, por Renoir, Caillebotte y Pissarro, fue sumamente fructífera para la fijación definitiva de las normas del impresionismo. De casi todos los que adoptaron aquella técnica pictórica (sobre todo de los citados y del finísimo pintor que fue Sisley) se conservan espléndidas vistas fluviales pintadas entonces; pero fue el jefe de aquella escuela, Monet, quien más se distinguió entonces en tal actividad. Pintaba a menudo instalado en las mismas aguas del Sena, a bordo de un bote convertido en una especie de estudio flotante, tal como lo representó Manet en uno de sus lienzos, que a veces, en 1873, fue a pintar, desde Gennevilliers, donde veraneaba, con aquellos amigos suyos. Entre las obras que durante este período Monet produjo sobresale Las barcas, regatas en Argenteuil, en 1872 (Musée d'Orsay), lienzo de inmarcesible frescor, realizado prescindiendo del color negro y en el que la brillante iluminación no irradia del cielo o de la atmósfera, sino de las blancas velas izadas en los pequeños balandros que en la obra figuran y de sus prolongados reflejos en la ondulada superficie de las aguas del río.
Más adelante se continuará reseñando la larga y siempre altamente fructífera carrera de Monet. A continuación se hace un inciso para informar cómo el grupo de artistas que él de hecho acaudillaba resolvió darse a conocer mediante la celebración de exposiciones colectivas.

El núcleo originario de aquel conjunto de jóvenes maestros quedó formado (después de la muerte de Bazille) por Monet, Renoir, Sisley, Pissarro y Cézanne, quien, tratando de amoldarse (guiado por Pissarro) a la tónica estilística de sus amigos, participó al principio en sus manifestaciones públicas. Degas, a pesar de emplear en sus pinturas otra técnica más apropiada a su estricto estilo realista, fue, por así decir, el principal organizador de tales exhibiciones y participó en las seis primeras celebradas. En cuanto a Renoir, que había sido uno de los creadores del impresionismo, ya veremos que, al cabo de unos años, prescindió de aplicar aquel método a sus pinturas y de mandar cuadros a las exposiciones que los impresionistas siguieron celebrando.

Otros pintores que permanecieron siempre fieles a la técnica del impresionismo fueron, además de Sisley, Armand Guillaumin (1841-1927) y Gustave Caillebotte (1848-1894). También la emplearía el puertorriqueño Francisco Oller (1833-1917), y más tarde otros impresionistas de segunda fila, como Maufra y Loiseau.
Al impresionismo se unió desde sus comienzos Berthe Morisot, pintora nacida en Bourges pero formada en París (1841-1895). Había tomado algunas lecciones del ya anciano Corot, y en 1874 casó con el hermano de Manet. Fue artista elegante y de fuerte personalidad, aunque influida por el arte de su cuñado y por el de Renoir. Como impresionista cabe también considerar a la americana Mary Cassatt, de Filadelfia, que, relacionada con Degas, pintó durante mucho tiempo en París, dentro de aquel ambiente.

En 1874 celebraron todos estos pintores su primera exposición colectiva (entre el 15 de abril y el 15 de mayo de dicho año), en una sala que el fotógrafo Nadar (uno de los antiguos contertulios del Café Guerbois) poseía en el Boulevard des Capucines. A fin de hacer posible esta exposición y sufragar sus gastos, se había constituido una Société Anonyme des Peintres, Sculpteurs et Graveurs, cuyos componentes eran, Monet, Pissarro, Sisley, Degas, Renoir, Cézanne, Guillaumin y Berthe Morisot. Fueron 30 los concurrentes a esta exposición (contando, además de los socios fundadores, con los simpatizantes). A ella envió Monet doce lienzos, uno de los cuales, titulado Impression, Soleil levant (que ahora se halla, en París, en el pequeño Museo Marmontan Monet), representa una salida del sol en el mar, con el surgente disco solar y sus enrojecidos rayos filtrándose entre brumas y reflejándose en las aguas. La obra llamó la atención de los visitantes porque se la juzgó por demás atrevida e inextricable, y en el comentario que de ella hizo el crítico Leroy, de la revista Charivari, inventó el remoquete de "impresionista" para designar a quienes habían tenido la osadía de exponer ante el público las obras exhibidas en aquella ocasión.

Los alisadores de parquet de Gustave Caillebotte (Musée d'Orsay, París). Es una obra de 1875 aunque no fue hasta el año siguiente cuando se la pudo ver expuesta en una colectiva de los artistas impresionistas. Causó gran revuelo entre el público y no gustó por su realismo.
Caillebotte retrata tres hombres fornidos lijando el parquet de una casa, con el torso desnudo y los músculos de los brazos en tensión, un tema que no era del agrado de los adinerados compradores para decorar una estancia de sus casas.

Así nació el término "impresionista", que a pesar de su intención denigrante, fue aceptado por los artistas que formaban el grupo de Monet y sus amigos. Por lo demás, esta primera exhibición constituyó económicamente un tremendo fracaso, del que no se pudieron recuperar ni mediante una subasta de obras suyas que celebraron poco después en el Hotel Drouot.

Los impresionistas celebraron en París, entre 1876 y 1886 otras siete exposiciones colectivas, que en su mayoría sólo obtuvieron éxitos "de escándalo". La séptima y octava fueron ya organizadas por el marchante Durand-Ruel, único sostén con que contó el grupo de pintores.

Monet (cuya etapa juvenil se ha tratado antes) era, en el momento de la eclosión de la pintura impresionista, la figura más descollante de aquel grupo progresista. Sólo una larga y sosegada contemplación de sus obras puede dar idea de lo mucho que significa su pintura. En 1876 y 1877 realizó una serie de interpretaciones pictóricas de la Gare Saint-Lazare (las mejores, en el Musée d'Orsay, en París, y en el Art Institute de Chicago); después fijó su residencia en Vétheuil, y más tarde en Poissy, y finalmente, a partir de 1883, se estableció en una casa de Giverny (en el Eure), que compró en 1891 y rodeó de un parque con el célebre Bassin des nymphéas, que el pintor trató como tema de grandes y variados estudios durante sus últimos años.
En aquella finca permaneció siempre, salvo durante los viajes activos que realizó a Londres, Noruega o Venecia.

De 1892 datan sus lienzos que reproducen los álamos al borde del río Epte, nimbados de cegadora y vaporosa luz (quizás el mejor esté en el Museo de Edimburgo) y sus distintas e importantes versiones de la fachada de la catedral de Rúan, en las que, con técnica pastosa y compacta, logró captar las variaciones tonales y luminosas que, según las horas del día, experimenta el exterior de aquella catedral gótica. En su vejez llevó una vida solitaria y retirada (su segunda esposa murió en 1911 y su hijo primogénito cayó en la guerra de 1914). Desde entonces recibía muy pocas visitas, en las que se contaron las de su gran amigo de siempre, Georges Clemenceau.

Corpulento, a pesar de su imponente barba de patriarca, Monet no fue un idealista soñador, sino hombre muy pragmático, generoso, sincero, un trabajador infatigable, lleno de fe en su labor y con el pleno sentido de su responsabilidad.

Gabarras bajo la nieve de Claude Monet (Museo Bonnat, Bayona). En este cuadro de 1895 Monet recrea un paisaje invernal, donde todo está matizado por la fría atmósfera y el agua del mar que, a diferencia de Regata en Argenteuil, no muestra ningún tipo de reverberación. Las chimeneas del fondo, sacando todo el humo al exterior, enfatizan la sensación de pesimismo que impregna la obra.

Fuente: Historiadelarte.us

lunes, 1 de junio de 2015

El Impresionismo

Con el impresionismo se culmina finalmente un largo recorrido iniciado por la pintura en los albores del siglo XV: la captación de la realidad y, por otro lado, se abren las puertas del arte del siglo XX. Si se entiende así al impresionismo, es decir, como el punto de llegada de un modo de ver y representar lo natural, la vía del naturalismo, y sobre todo también como el momento de génesis del arte contemporáneo, es fácil comprender la importancia que en la aparición de su lenguaje tuvieron otras instancias de la historia de la pintura. Conceptos como los de luz y color, o el de grafismo pictórico, se encontraban ya en la pintura veneciana de mediados del siglo XVI, mediante la valoración de la luz natural con toques ligeros de color, efectos que también están presentes en la pintura holandesa del XVII (recuérdese a Frans Hals) y asimismo en las obras tanto de Velázquez como de Goya.

Pero ateniéndose a los antecedentes inmediatos a la aparición del impresionismo, es claro que éste tuvo en la pintura francesa de la primera mitad del siglo XIX sus orígenes más próximos. Como un buen descendiente de su época, el impresionismo hundió sus raíces más sólidas entre los lenguajes a él coetáneos.

Ciertos pasajes del Diario de Delacroix, antecedente indudable de los impresionistas, hablan de modo elocuente. ¿No fue este pintor romántico quien afirmó que en la Naturaleza todo era reflejo? Ciertamente, reflejo de la luz que llegaba a los ojos y les hacía reconocer el color, tal como mostraban los cuadros contemporáneos de Turner o de Constable. También Corot, artista tan sensible como los impresionistas a la realidad de la luz y a su actitud ante lo natural, recomendaba someterse a la primera impresión. El mismo Courbet instó constantemente a pintar lo que se veía, coincidiendo plenamente con las aspiraciones del grupo. Y nadie ignora la atracción que sintieron por los pintores paisajistas de Barbizon, de los que estuvieron más cerca, y quienes sin duda abrieron el camino en sus búsquedas luministas, sobre todo Rousseau y Daubigny, y también de ese magnífico captador de valores atmosféricos que fue Boudin.

Por último, no hay que olvidar esa corriente subterránea de clasicismo que aflora intermitentemente en el arte francés desde el siglo XVII hasta el presente y cuyos elementos estarán en la obra de Degas, admirador de Ingres y de lo italiano, y en la de Renoir, quien desde la década de 1880 reconstruirá la forma confirmando el dibujo y el modelado.

Obras Impresionistas


Sin embargo, si es cierto que todas las corrientes quedaron implícitas en el lenguaje impresionista, no lo es menos que éste se divorció en algún caso de ellas y en otros superó con creces sus consecuencias. Frente al realismo de Courbet, al que Manet fue adicto en sus primeros años, y que era la corriente dominante en el momento de la aparición del impresionismo, la postura de éste fue bastante compleja. En cierto sentido parece que intente continuarlo en su afán de captar la realidad de un modo inmediato y familiar, pero, en cambio, la actitud que los impresionistas adoptaron frente al tema fue distinta a la que tenía el pintor de Ornans.

Lo determinado del realismo, lo fragmentario de su lenguaje, fue contestado por lo continuo e indefinido, por la inestabilidad y el cambio perpetuo, incapaz de ofrecer una visión precisa de la realidad. De ahí las formas imprecisas, el toque distendido, la incertidumbre tonal.

Las diferencias con los paisajistas de Barbizon también tuvieron lugar. Cazador de lo fugitivo, el impresionismo rechazó la solidez de aquéllos, tan dados a los dramas de los elementos, y buscó en la naturaleza lo huidizo e inasible: el agua y el vapor en el que se convierte bajo los rayos de una luz implacable, las masas sólidas de la arquitectura corroídas por fuertes luminosidades, los humos de las locomotoras que impiden la solidez lineal de las estructuras de hierro en las estaciones y el campo abierto de atmósferas transparentes y claras luces. Y todo ello captado con un ojo sensible e inquisidor que penetró con certeza en la esencia de las cosas, sin más intermediario (¡fuera ideologías!) que su propia sensibilidad. Es verdad que el impresionismo no fue sólo un ojo, a pesar de lo que dijeran Ingres, Mallarmé o el propio Cézanne. Fue, sobre todo, observación, pero una observación emotiva de la naturaleza que transportaba al lienzo a través de formas, transmitidas por colores puros y una gama más sencilla y brillante que las que utilizaban románticos y realistas de cualquier especie. Les bastó con siete u ocho colores: verdes, azules, violetas, rojos, bermellones, anaranjados, amarillos, a los que añadieron lacas.

Bodegón con frutas de Edouard Manet (Musée d'Orsay, París). Esta tela, realizada en 1882, muestra cómo los impresionistas continúan tratando el tema del bodegón, de gran tradición en toda la historia del arte europeo. La perspectiva ligeramente picada sobre los objetos es uno de los recursos que distinguen a Manet y al resto de los impresionistas.

En cuanto a la técnica, y con detalles propios de la genialidad de cada autor, la impresionista emplea pinceladas yuxtapuestas de tonos puros que conforman una textura de toques de color, con relegación, como se ha visto, del negro al mínimo, o incluso su total desaparición. También es verdad que se acercaron a los estudios científicos y a los trabajos de Chevreul, que Delacroix hizo suyos, y a los posteriores de Maxwel, Lambert y Young, pero, sin embargo, el impresionismo, poco proclive al cientifismo de éstos, se dejó llevar más por la intuición y la sensibilidad, buscando el recreo de la visión a través de la atmósfera luminosa del ambiente.

Pero en realidad ¿qué era un impresionista? ¿Ha sido bien descrito? Un crítico contemporáneo al movimiento contestó antes a la pregunta: "Nadie nos ha dado una definición satisfactoria, pero a nosotros nos parece que los artistas que se reúnen o son reunidos bajo ese título persiguen, con diversos modos de ejecución, un fin análogo: dar con sinceridad absoluta, sin compromisos o atenuaciones, con procedimientos simples y amplios, la impresión que en ellos suscitan los aspectos de la realidad." Cuando el crítico Emile Blémont escribía estas palabras, en 1876, el impresionismo se hallaba inmerso en una época de intensa actividad y se había hecho un lugar entre las otras corrientes artísticas del momento, pero no sin grandes y profundas polémicas.
Y ¿quiénes fueron estos impresionistas? Fueron esencialmente un grupo, no una escuela, y todos ellos, lo dice el propio Blémont, con diversos modos de ejecución.

Así, Manet, el innovador, el jefe de los rechazados, siempre independiente, buscador de la síntesis, un clásico dentro del impresionismo. Monet, impresionista puro, maestro de los reflejos y de las variaciones de la luz y del agua, sumo sacerdote del movimiento en el que creyó sin reservas toda su vida. Degas, admirador de Ingres, constructor del espacio y admirable pintor de atmósferas, que buscó lo instantáneo del movimiento en las luces cambiantes de los interiores. Renoir, a pesar de su vinculación al impresionismo, continuador del eterno clasicismo, quien prefirió las escenas con personajes y el retrato por encima del paisaje puro. Y con ellos, Pissarro, Sisley, Berthe Morisot, Bazille y otros que se analizarán en las páginas siguientes.

Hacia 1880, el impresionismo parece abocado a su desintegración como grupo y afloran los primeros síntomas de su definitiva crisis. Algunos de sus miembros, como Manet, vislumbraron los límites que el impresionismo se había impuesto. Sus anhelos de realidad no fueron colmados por lo efímero y lo inconsistente, por la tiranía exclusiva de las sensaciones, y buscó otra vía capaz de llegar a cumplir con su compromiso. Degas, Pissarro y el propio Cézanne, uno de los últimos llegados, sintieron como Manet.

También Renoir abandonó el camino impresionista, sobre todo él que siempre fue un clásico, como Degas y Manet, a pesar de sus incursiones, junto a Monet, en las atmósferas licuosas de finales de la década de 1860. Volvió al orden clásico, a Ingres, a la solidez del dibujo, al modelado, sin abandonar la limpieza del color de la paleta impresionista. Lo móvil y lo inestable se convirtieron en su pintura en permanente y eterno; la sensación, en un dominio de los sentidos por medio de la técnica. El caso de Pissarro, siempre lleno de incertidumbre, fue el más paradigmático, rompiendo con el impresionismo y encauzando su arte por el camino del divisionismo neoimpresionista e invitando a Seurat a participar en la octava y última exposición del grupo, en 1886.

Las bañistas de Filadelfia (1888) de Pierre-Auguste Renoir (Museo de Arte de Filadelfia). Esta obra es un resumen de diez años dedicado a pensar y tres a pintar. "Dios sabe lo que me costó esa obra. Luego la envié a una exposición y la que se armó. Dijeron que era un irresponsable." La escena de estas cuatro figuras femeninas que se bañan junto al río molestó a la sociedad de la época. Los rotundos desnudos no estaban amparados bajo el halo de la pintura mitológica o religiosa y esto era inaceptable.


Fuente: Historiadelarte.us

Arte prehistórico

Se entiende por Prehistoria el período de la humanidad que comprende desde la aparición del hombre hasta el comienzo de la escritura. Este proceso tan largo, se divide en tres grandes unidades: el Paleolítico, el Neolítico y la Edad de los Metales. Las manifestaciones artísticas más relevantes son las pinturas rupestres del Paleolítico y las edificaciones pétreas del Neolítico.


ARTE PALEOLÍTICO

El arte paleolítico, es un arte desarrollado entre los años 32.000 y 11.000 a.C., durante el último periodo glacial. Comprende dos manifestaciones importantes: una es escultórica, el Arte Mueble (también llamado arte miniatura o arte portátil), y otra pictórica, el Arte Parietal o Rupestre.


Arte Rupestre

El arte rupestre, recibe su nombre de las paredes rocosas de las cuevas y abrigos en los que se realizaban las pinturas. Estas pinturas representaban fundamentalmente animales y escenas de caza. Los pigmentos utilizados eran naturales (tierra, carbón, sangre...).

Se distinguen dos áreas:

La zona franco-cantábrica (que comprenda la zona Cantábrica y el sur y centro de Francia): representa animales sueltos, sobre todo herbívoros, menos carnívoros y apenas aves o peces, y sobre todo pocos hombres. Son frecuentes las representaciones de las manos y las pinturas son policromas.

La zona levantina: representa animales y hombres en movimiento: escenas de caza. Las pinturas son monocromas.

No se conocen pinturas en el resto de Europa.


Arte franco-cantábrico (o hispano-aquitana):

Representado por las pinturas que el hombre, con fin mágico-religioso, realiza en las zonas más recónditas de las cuevas en que vive, representando animales sueltos y de gran tamaño, tratados con un profundo sentido naturalista, que se yuxtaponen sin llegar a constituir escenas. La convención predominante consiste en dar una visión de perfil. Los animales se pintan para hacerlos propicios para su captura. Los más representados fueron los grandes mamíferos como son los mamuts, renos, bisontes, caballos, osos, rinocerontes, etc.

El dibujo es de una gran veracidad y perfección; un acusado naturalismo lo lleva, en ocasiones, a aprovechar los desniveles de la roca para aumentar el realismo y poner brillo en los ojos mediante pequeñas incrustaciones de silex.

Pinturas de la escuela levantina:

  • Las pinturas levantinas postpaleolíticas pertenecen a cuatro estilos:
  • El más antiguo es el arte lineal-geométrico el cual carece de soporte rupestre y se manifiesta únicamente en plaquetas, se caracteriza porque las figuras antropomorfas y los motivos geométricos se presentan mediante trazos rectilíneos.
  • El macroesquemático se caracteriza por sus paralelos con el arte mueble del neolítico antiguo, especialmente en la decoración cardial de la cerámica.
  • El levantino reproduce escenas naturalistas de caza, danza y recolección y tiene un contenido más narrativo.
  • El esquemático representa un mundo simbólico de motivos geométricos e idealización de figuras.


Arte Mueble

El arte mobiliario o arte mueble, es decir el que se puede trasladar, consiste en figuras y objetos decorativos tallados en hueso, cuernos de animal o piedra o modelados toscamente en arcilla. En ellos, el artista paleolítico, representaba los animales que normalmente cazaba. Hay dos estilos: uno naturalista y el otro esquemático, aunque muchas de las incisiones o signos, en realidad son representaciones de vegetación.

Su arte es decorativo y se aplicaba a los utensilios que utilizaban para cazar, trabajar o comer; otras veces los utensilios fabricados tienen una finalidad religiosa o social, para determinar la posición del individuo en el grupo (bastones de mando).

En la escultura son muy características las figuras femeninas, que deben ser ídolos de la fecundidad, en las que se acentúan desmesuradamente los rasgos femeninos. En estas estatuillas, denominadas genéricamente Venus, se enfatizan los rasgos que denuncian la fertilidad de la mujer y se simplifican los demás. Las estatuas tienen ante todo pechos, vientre y caderas grandes. La cabeza y los brazos son esbozados, y los pies no existen.


ARTE NEOLÍTICO

El arte neolítico, es el arte y arquitectura de la época prehistórica que se extiende aproximadamente desde el año 7000 a.C. hasta el año 2000 a.C. En este período, las pinturas se vuelven esquemáticas, predominando el carácter simbólico de los temas. Así la figura femenina, por ejemplo, se convierte en un triángulo, el hombre en un trazo vertical cruzado por otro horizontal (cruz) o por un óvalo, y el ciervo se caracteriza por los múltiples trazos horizontales indicativos de la cornamenta.
Pero el gran arte neolítico es la arquitectura. Dos componentes posibilitan su aparición en este período:

a) La sedentarización del hombre y el nacimiento de la agricultura.
b) La aparición de las creencias religiosas y los ritos funerarios.

Los principales tipos de monumentos megalíticos son:

El menhir: También llamado monolito, es una gran piedra clavada verticalmente en el suelo que sirve de punto de referencia para la observación de los astros.

El alineamiento: Son varios menhires colocados en línea.

El dolmen: Se trata de un monumento formado por varios menhires sobre los que descansan horizontalmente otras grandes piedras. Muchos de estos dólmenes servían como cámara funeraria.

El crómlech: Círculos formados por varios dólmenes y menhires.

Las características de estas edificaciones revelan un tipo de sociedad organizada. Las sociedades que produjeron las edificaciones megalíticas debieron tener las siguientes características: líderes respetados y una fuerte jerarquía social, política y religiosa, habiendo sido constituidas por tribus grandes. Es muy probable también que estas tribus hayan tenido un culto al sol. Esto se deduce de la iluminación observable en ciertas piedras en las fechas de solsticio.


PERÍODO DE LOS METALES

El descubrimiento y desarrollo de la metalurgia se da poco después de la revolución neolítica. Este período se divide en tres etapas que reciben el nombre de los metales que el hombre fue utilizando progresivamente. La secuencia evolutiva es: cobre - bronce - hierro, pero la velocidad de la evolución varía según las zonas. En algunos puntos coincide ya con el inicio de tiempos históricos.


La Edad de Cobre

En la península ibérica, coincidiendo con la introducción de la metalurgia del cobre, se inicia la arquitectura dolménica o megalítica. Los tipos de arquitectura megalítica son el menhir, el dolmen y el crómlech.

Las representaciones pictóricas del período inicial de los metales se caracterizan por la esquematización de la figura humana, en la que destacan los grandes ojos.

La cerámica está decorada con estilizaciones de ojos y ciervos, a la que sigue la magnífica cerámica campaniforme, con labores geométricas inspiradas en temas de cestería. Sus creadores son expertos en la metalurgia y prospecciones de yacimientos de plata y oro.


La Edad de Bronce

Se desarrolla en el último tercio del segundo milenio, correspondiendo a la introducción de la metalurgia del bronce. Está representada por bellas copas de cerámica de color negro y alto pie.
La arquitectura de la edad del bronce está representada por singulares monumentos como el talayot o torre troncocónica, la nuragha, la taula y la naveta, con forma de quilla de nave invertida.

A nivel europeo, una de las manifestaciones más importantes del arte de la Edad de los Metales lo constituye la orfebrería, con una decoración geométrica. La manifestación más peculiar son los famosos carritos del sol.


La Edad de Hierro

La edad del hierro coincide en Europa con épocas plenamente históricas (del 1.000 al 100 a.C.). En este período se extiende el arte decorativo celta, con inclinación a lo curvilíneo. Pieza maestra de esta época es el célebre escudo celta del Museo Británico.

  • Venus de Willendorf
  • Crómlech de Stonehenge (Wiltshire - Gran Bretaña)
  • Cueva de los caballos de la Valltorta. Albocácer (Castellón)
  • Bisonte Recostado - Cueva de Altamira (Cantabria - España)
  • Alineamientos de Carnac (Bretaña)
  • Menhir de Filitosa (Córcega - Francia)
  • Dolmen del suroeste de Francia
  • Caballo - Museo de las Antigüedades Nacionales (Francia)
  • Ídolo de Peña Tú en Llanes (Asturias). Figura con manto, túnica con rayas, asomando los pies y destacando en la cara los grandes ojos
  • Cerámica campaniforme