sábado, 1 de octubre de 2016

Altar

Un altar (del latín altare, de altus «elevación») es una estructura consagrada al culto religioso, sobre la cual se hacen ofrendas o sacrificios. En algunas civilizaciones antiguas, para designar un altar de piedra, se suele utilizar el término "ara" (plural aras). La más conocida de ellas es el Ara Pacis de la Roma Imperial.

En la Antigüedad

En la Antigüedad un altar era, bien un lugar elevado o alto (en su origen simple montículo de tierra o de piedra), o una tabla colocada sobre unas gradas, en el que se depositaban ofrendas y/o se celebraban sacrificios a la divinidad.
Ara Pacis del emperador Augusto.

En el mundo clásico greco-romano los altares o aras eran usados para sacrificios de sangre, ofrendas sin sangre, y libaciones con vino. Existían altares públicos (en templos, plazas, campamentos militares...) y altares privados o domésticos (elemento de la casa ante el cual la familia efectuaba sus devociones). También eran frecuentes las aras votivas, dedicadas a algún dios en consideración por un beneficio recibido.

En los comienzos del rito cristiano, el altar estaba constituido por una especie de mueble de madera, más o menos trabajada, que se podía desplazar para los oficios (los primeros lugares de culto no eran, necesariamente, lugares específicos dedicados al mismo).

Fue a partir del siglo IV cuando los altares empezaron a colocarse en el ábside del templo. Más tarde, hacia el siglo XII, el altar permanecía inamovible, utilizándose para su confección, tanto la piedra como el mármol u otros materiales nobles. Generalmente, el altar, cubría un sepulcro sellado que contenía las reliquias de los mártires.

Los altares tenían que tener siempre, en el lugar en el que se guardaban la hostia o el cáliz, una piedra de consagración (ara), que habitualmente se colocaba en el centro del altar cristiano, generalmente embutida en su tablero, para la celebración de la Eucaristía.

Los Altares Mayores están decorados, generalmente, con retablos más o menos elaborados, y que adquirieron su mayor relevancia durante la época gótica.

En los primeros siglos, el altar se situaba en el centro del presbiterio y el oficiante estaba de cara a los fieles; servía (sirve) para disponer, sobre él, los objetos rituales y de culto y para dar mayor relevancia al oficiante (normalmente un sacerdote) de manera que quedara separado del resto de los asistentes al oficio y subrayar su contacto más directo con la divinidad.

En la religión cristiana, por ejemplo, se compone normalmente de una mesa donde el sacerdote ora y de una serie de elementos simbólicos como una cruz latina (con o sin la figura de Jesucristo), o una vela representando el principio y el fin con las letras alfa y omega.

Un altar se puede dedicar a un dios, un santo o personaje relevante de una creencia o a una persona.

Altares


Altar católico

La Iglesia Católica los adoptó desde su origen para la celebración de la misa pero hasta el siglo III debió servirse de mesas comunes de madera (aunque no exclusivamente), según afirman los historiadores y se infiere de las dos que se dicen fueron utilizadas por San Pedro en Roma. Llegado dicho siglo, si no antes y sin abandonar del todo los usos originales, se constituyó el altar con el sepulcro de algún mártir colocando encima de él una gran lápida a modo de mesa.

En las catacumbas de Roma se hallan indicios de cuatro formas de altares:

los portátiles o movibles, a modo de trípode o de mesa,
los fijos y aislados, que se componen de una lápida sobre un pie derecho en medio de un cubículum,
los adosados a modo de sarcófago aplicado a un muro,
los arcosolios o sepulcros de mártires insignes cuya tapa servía de mesa, bajo un arco o bovedilla en un nicho decorado.

Desde la paz constantiniana, se construyeron altares de mayores dimensiones que los movibles y adosados, dándoles la forma de mesa rectangular sostenida por una columna central o por cuatro en los extremos y colocándolos en medio del ábside o presbiterio de las basílicas, siempre sobre algún sepulcro de mártir, hasta que en el siglo VII empezó a encerrarse en ellos sólo algunas reliquias de diferentes mártires, como hoy es costumbre. Con alguna frecuencia se aprovechaban las mismas aras que pertenecieron a los gentiles, poniéndolas como sostén de los altares cristianos, según lo demuestran algunos ejemplares que hoy existen.

Durante la Edad Media siguió el altar con las mismas formas descritas ya prismática, ya imitando un sepulcro, ya de mesa con una o más columnitas y casi siempre labrados en piedra, por lo menos, desde el siglo IV. Desde el siguiente, se hicieron raras las criptas debajo del altar y entonces se colocaban reliquias en una pequeña cavidad abierta en el soporte central de la mesa o en ésta misma, envolviéndolas antes en un lienzo fino y encerrándolas en una botellita de vidrio o cajita de madera, sellada por el obispo consagrante del altar.

La liturgia católica permite celebrar misas en cada una de las capillas de una iglesia, cada una con su propio altar, por lo que el principal recibe el nombre de altar mayor.

El altar mayor de cada iglesia continuó situado en el ábside principal o cabecera y en posición aislada. Pero al adoptarse los retablos en la época románica y sobre todo, al tomar éstos gran desarrollo en los siglos XIV y siguientes, se tuvo que adosar el altar en la mayoría de las iglesias, dejando de estar accesible por todos los lados.


Fuente: Wikipedia

La diosa en el Arte clásico y el Erotismo

Durante la época arcaica en Grecia, conviviendo con el tipo de muchacho desnudo, la imagen femenina es la kore, la agradable muchacha de hermoso vestido bordado y amable gesto.

Ellos son presencias genéricas, erguidos en su rigidez miran lejos, más allá de nosotros, ajenos a la presencia del espectador. Ellas son bonitas jóvenes que nos presentan una ofrenda mientras se recogen con gracia el extremo del vestido. Ellos son la esencia inmutable de su género; ellas aparentan una narración, introducen el espacio y el tiempo. ¿Qué y por qué llevan algo en la mano extendida? Hombres desnudos, mujeres vestidas, éste fue el paisaje público en los santuarios y necrópolis de todas las ciudades griegas durante más de dos siglos. El desnudo de ellos es propio del género «natural» masculino, mientras que las mujeres son un artificio, como Pandora, la primera hembra humana, la madre de la estirpe de las mujeres, que se construyó como una estatua de barro a la que los dioses dotaron de vida. El varón real es un hombre desnudo, la mujer real es una construcción artificial.

Así pues, mientras el cuerpo desnudo del varón se había convertido en algo cotidianamente ofrecido a la vista, el cuerpo desnudo de la mujer conserva toda la fuerza de lo oculto, de la prohibición. El desnudo femenino tarda mucho en aparecer en el arte griego. El primer cuerpo femenino que se esculpió fue hecho en mármol por Praxíteles en el siglo IV a. C. Es el primer desnudo público. Antes, de forma puntual, los pintores de vasos habían dibujado en ocasiones cuerpos desnudos de mujeres, pero eran siempre figuras justificadas por la acción narrada -como mujeres que van a ser violadas- o por su estatus social, prostitutas o heteras. Estos cuerpos femeninos se dibujaban a semejanza de los masculinos. En la escena erótica del medallón de una copa de figuras rojas, un hombre abraza y copula con una mujer desde atrás, de tal manera que el pintor ha tenido que dibujar el cuerpo femenino completo y de frente. Ausencia de caderas, pliegue inguinal, abdominales... ¡es el cuerpo de un muchacho! El artista sólo ha sentido la necesidad de dibujar un pecho (por exigencias del guión), y del otro se ha olvidado. El cuerpo de la mujer, en las representaciones griegas del siglo VI y primera mitad del V a. C., es concebido como el de un hombre, pero incompleto. La mujer es l'homme manqué.

En la segunda mitad del siglo V a. C., los artistas comen-zaron a explorar por primera vez la sensualidad del cuerpo femeniño. Una de las primeras figuras fue la Afrodita del frontón principal del Partenón. El cuerpo de la diosa del amor no se muestra, se sugiere, con el vestido tan pegado a la piel que nos deja adivinar el contorno de la figura indolente, abandonada, un cuerpo femenino que se ofrece por primera vez a la mirada erótica masculina. Más tarde, hacia finales del siglo V a. C., el arte sigue desarrollando este nuevo aspecto del cuerpo de la mujer, por ejemplo en la Nike que se ata la sandalia en el parapeto del pequeño templo de la Atenea Nike de la Acrópolis de Atenas, o las mujeres de sugerentes cuerpos envueltas en vestidos vaporosos llenos de pliegues elegantes y caligráficos propios de los dibujos de los vasos del pintor de Meidías, inspirados sin duda en la gran pintura desaparecida de Zeuxis o Parrasio.
El primer desnudo de mujer del arte griego es muy distinto. El cuerpo que moldea Praxíteles se reinventa con nuevos parámetros; es una imagen pública que ha de ser además asumida corno religiosa por una colectividad. Tal vez, tras un breve análisis, podamos llegar a entender un poco la desmedida reacción que produjo esta escultura, el primer desnudo artístico de mujer hecho en la historia, la Afrodita de Cnido, una auténtica atracción turística en época helenística y la estatua que más éxito tuvo de toda la Antigüedad.

El artista representó a la diosa del amor, Afrodita, en una imagen de culto. Es muy conocido el relato de Plinio de las dos Afroditas esculpidas por Praxíteles, la velada y la desnuda. Sólo cuando los habitantes de Cos rechazaron esta última, la estatua desnuda llega a Cnido, algo que, sin duda, hubiera sido difícil en otras ciudades mucho más conservadoras como Atenas. Pero el escultor, ante tanta innovación, tenía que buscar una excusa a su desnudo, y ésta fue el baño. La diosa ha sido sorprendida (antes o después de lavarse) y se tapa con las manos el sexo —aunque no mucho-, y al mismo tiempo mira al espectador y sonríe:

El templete donde estaba colocada estaba abierto por todas partes para que pudiera verse desde cualquier ángulo la efigie de la diosa, esculpida, según se creía, con el favor de ella misma. La admiración que producía no disminuía desde ningún punto. Dicen que uno, que se había enamorado de ella, se escondió durante la noche y la abrazó fuertemente y la mancha dejada sobre ella fue el indicio de su pasión.

El recinto era una thólos, un edificio circular. La imagen de la mujer se encierra en un ambiente íntimo y umbrío, en un círculo que se puede relacionar con el hogar, con el oikos, y en una acción íntima, la del baño.

Todo nos lleva aal ámbito de lo femenino, a las habitaciones «llenas de sombra» de las mujeres. ¡Qué distinto de las imágenes de los cuerpos desnudos de los varones expuestos a la luz pública desde hace más de dos siglos!

El peligro de esta imagen es que la obra de Praxíteles era tan convincente que la diosa del amor podía provocarlo. En las nalgas de mármol quedaron las huellas del encuentro amoroso del joven que cita Plinio, el cual, a la mañana siguiente, se quitó la vida arrojándose al mar. Otros viajeros menos ardientes no podían sin embargo resistirse a besar la estatua, otros lloraban de emoción al verla. Son muchos, nos dice también Plinio, los que navegaban hasta Cnido por su fama, pero era mucho más seguro ver la escultura de Afrodita en grupo que en privado. Contemplar a una diosa desnuda es siempre peligroso, y más si nos sonríe.

Ver a una mujer desnuda puede causar desgracia. Contemplar lo que no debe ser visto trajo la muerte al rey lidio Candaules. Nos lo cuenta Heródoto. El rey ponderaba la belleza de su mujer y quiso que su oficial Giges la contemplara desnuda. Él se negaba razonando: «¿Qué insana proposición me haces al sugerirme que vea desnuda a mi señora? Cuando una mujer se despoja de su túnica, con ella se despoja también de su pudor...». A pesar de la negativa, Candaules insistió tanto que Giges no pudo negarse y se escondió, siguiendo las instrucciones del rey, en el dormitorio para ver a la mujer cuando se quitara el vestido. La reina se dio cuenta y planeó una venganza, «ya que, entre los lidios —como entre casi todos los bárbaros en general-, ser contemplado desnudo supone una gran vejación hasta para un hombre». Ella llamó al oficial al día siguiente y le dijo: «Giges, de entre los dos caminos que ahora se te ofrecen, te doy a escoger el que prefieras seguir: o bien matas a Candaules y te haces conmigo y con el reino de los lidios, o bien eres tú quien debe morir sin más demora para evitar que, en lo sucesivo, por seguir todas las órdenes de Candaules, veas lo que no debes». Alguien debía morir, y Giges prefirió que fuera el otro.

En el mito hay muchos más ejemplos del peligro que supone ver a una diosa desnuda. Acteón tuvo una muerte terrible al ser devorado por sus propios perros por ver a Ártemis, y Atenea se vengó dejando ciego a Tiresias. Analizando el peligro visual del desnudo femenino, R. Olmos ha sugerido una lectura menos ingenua que la tradicional del episodio de Frine. La famosa cortesana se había bañado desnuda en el mar (como una Afrodita) y fue condenada por escándalo público.

Conducida ante el areópago, al dejar caer su vestido, los jueces tuvieron que absolverla abrumados ante tanta belleza. Pero más que un éxtasis estético lo que sintieron los jueces fue miedo. Tal vez el bello cuerpo que tenían ante ellos fuera el de una diosa y más que tener que juzgar a una prostituta exhibicionista estaban ante una incómoda epifanía divina. Contemplar a una diosa desnuda era un asunto peligroso. ¿Cómo atreverse además a condenarla?

La diosa en el Arte clásico y el Erotismo


Exponer a la vista masculina el cuerpo desnudo de una inaccesible y bella mujer produce esta inquietante sensación. ¿No contribuiría esta misteriosa sospecha de riesgo supersticioso al sorprendente éxito de la estatua de Praxíteles en la Antigüedad?

El escultor, siguiendo la tradición, toma como modelo para su desnudo femenino el masculino. Se centra la atención en la fuerza de las caderas, en la belleza del delicado rostro de recta nariz, en el elaborado peinado, y se minimiza la atención hacia los órganos sexuales, con senos pequeños y pubis depilado. Se ha especulado mucho sobre la razón por la cual este primer desnudo de mujer, que a la postre será la convención que se seguirá utilizando durante siglos en la tradición academicista occidental, se idealiza más que el masculino, pues en aquél se representaba el vello púbico y en éste no.

Algunos han sugerido que es un reflejo de la realidad, que la depilación del pubis era una práctica normal entre las mujeres riegas, provocada tal vez por una cierta fobia genital de los varones, un miedo hacia lo femenino, sobre el que me extenderé más adelante. Pero el análisis de los textos, sobre todo de la comedia, así como las representaciones en algunas imágenes en cerámica, sugieren que la costumbre y la moda eran las de una depilación parcial, un pubis «arreglado» más que totalmente depilado. Creo que la razón por la cual los griegos eligen para una imagen pública un sexo femenino depilado es la misma por la cual construyen para el varón esos característicos órganos sexuales mínimos. Son hombres y mujeres adultos con sexo infantil, es decir, inactivo, inofensivo, genérico e irreal. Así, por un lado, el desnudo se hace fácilmente asumible como modelo estético por una colectividad y, por otro, se puede identificar con los altos valores morales de una sociedad de atletas-guerreros y mujeres llenas de virtud, lejos de los ofensivos cuerpos sexualmente activos de sátiros o prostitutas.

A partir de la imagen de Praxíteles se copia de manera más o menos imaginativa una serie de Afroditas durante todo el período helenístico, utilizando casi siempre la misma excusa iconográfica: el baño en el cual son sorprendidas. Una de las más famosas en la actualidad, y de las más tardías, es la Venus de Milo, y una de las más bellas y de mayor sugerencia erótica es la llamada Afrodita Calipigia o de las bellas nalgas, hallada probablemente en la Domus Áurea de Nerón y tal vez inspirada en un original en bronce de circa. 300 a. C.

El esquema sigue siendo el del baño, y quizá la diosa se esté aquí secando con una toalla, pero la forma en que esta mujer se aparta el vestido y mira hacia atrás, contemplándose, es mucho más provocativa que en otras estatuas. Extraña mezcla -a nuestros ojos- entre arte religioso y striptease. Aunque tal vez la pose se haya modificado ligeramente en la restauración, el tipo de mujer que se mira sus nalgas es conocido en otros ejemplos. El gesto de iniciación religiosa, relacionado con la exposición de los órganos genitales y que algunos han ligado a la prostitución ritual, sugiriendo que esta Afrodita Calipigia copiara alguna imagen de culto procedente del templo de Afrodita en Siracusa; pero esto dista mucho de estar probado y se ha llegado a decir que la estatua tal vez no represente siquiera a Afrodita sino a una bailarina o a una mortal, ya que el tipo difiere mucho del resto de las Afroditas, pero para este discurso es irrelevante.

Entre las formas de hacer el amor que encontramos representadas en Grecia y en Roma la más frecuente sin duda es la aproximación del varón a la espalda de la mujer. Es una postura tomada de la relación pederasta, y esta preferencia, tantas veces atestiguada en las imágenes, termina por confundir y contagiar una parte del cuerpo con la otra, pues para el culo se emplean los mismos términos que para el sexo femenino (higo, botón de rosa...)El mirar a una mujer desde atrás puede resultar de una ambigüedad suficiente, según quien la mire. El homosexual que ve la Afrodita de Praxíteles se emociona al ver su espalda, y el heterosexual al verla de frente.

Otros datos quizá nos permitan entender (o nos confundan más) cómo se convierten las nalgas femeninas en una preferencia sexual en el mundo clásico. En la época arcaica, encontramos en una mención de Ateneo que las mujeres en Esparta competían y se juzgaban entre sí en un concurso sobre la belleza de las nalgas en el templo de Atenea Calípige, lo que nos sitúa en un nuevo contexto, el de la mirada homoerótica femenina. Mucho tiempo después, en el siglo II d. Q, la misma mirada es recogida por Alcifrón, cuyo texto nos deja compartir un instante que parece animar de movimiento a nuestra estatua de la Afrodita «de las bellas nalgas»: «Lo más divertido fue la discusión que enfrentó a Trialides y Mirrina: se trataba del trasero, de quién lo tenía más bello y delicado. Mirrina, para empezar, se soltó el cinturón -su túnica era de seda- y bajo aquel velo transparente se puso a mover las nalgas, y volvía la cabeza hacia atrás para controlar el movimiento del trasero; luego comenzó a emitir suaves gemidos, como si estuviese haciendo aquella cosa que, por Afrodita, no dejó de turbarme».

El cuerpo desnudo de la mujer jamás tuvo en Grecia (y menos en Roma) las mismas connotaciones positivas que el dominante cuerpo masculino. Lo femenino es para los griegos lo que está más próximo a la naturaleza, en lo que ésta tiene de salvaje e irracional. Los cuerpos desnudos son eróticamente deseables, el de la mujer y el del varón, pero este último además tiene un carácter noble y heroico. Con el paso del tiempo, el desnudo del hombre se generaliza en toda la iconografía del arte griego, regia, funeraria, votiva. El cuerpo de la mujer, sin embargo, no representa más que a una diosa, la del amor.
¿Qué mejor ingenio podemos encontrar para resumir el objeto de deseo erótico para un griego que el hijo de Afrodita y Hermes? En el hermafrodita se une la visión trasera del cuerpo de una mujer que se abandona al sueño con el espléndido manejo de la sorpresa propio del helenismo. Al girar alrededor de la estatua encontramos que l'homme manqué es un ser completo.


Fuente: Historiadelarte.us

Arte clásico y erotismo - El hombre

Desde finales del sigloVIII a. C. el desnudo es exclusivo del varón6 (el desnudo femenino no aparece hasta siglos después); sólo los griegos se desnudan y sólo se presenta así el hombre que es bello, aquel que tiene un cuerpo bien articulado. En Grecia es el hombre libre que posee ocio, el que no necesita trabajar, el que se entrena diariamente en la palestra y lo hace desnudo (gymnós). Para ello se construyen en las ciudades espacios reservados, apropiados para esta actividad: los gymnasia. La desnudez deportiva o atlética llega a convertirse en un acto social que se relaciona con los hombres libres y terminará utilizándose en Grecia como un elemento de autoconciencia racial y cultural de la unicidad de los griegos.

Se ha señalado muchas veces que el origen del desnudo masculino pudo surgir de la expresión de iniciaciones rituales y atléticas que probablemente se pueden remontar a la segunda mitad del siglo VIII a. C.7 El desnudo en los ritos de paso ligado a prácticas de pederastia iniciática pudo estar en la base de lo que terminará siendo el desnudo atlético y heroico de los griegos y también de la institucionalización social de la homosexualidad. Parece, según la tradición antigua, que todo comienza en Creta y continúa en Esparta8. En esta ciudad, durante las fiestas llamadas Gymnopaidiai, los hombres competían y bailaban desnudos. También las mujeres espartanas practicaban deporte, cantaban y bailaban desnudas en determinados festivales y ante la mirada de los hombres, lo que algunos autores como Platón o Plutarco explican de forma pragmática (no sintieron la necesidad de explicar el desnudo masculino): servía para inflamar el deseo en los hombres que de esta manera elegían a la mejor de las mujeres capaz de concebir una sana prole. Pero este desnudo femenino desaparecerá y el arte sólo cultivará el masculino.

El desnudo público de los atletas -que ya aparece representado en la cerámica corintia hacia el 650 a. C.— está ligado a las competiciones en los festivales panhelénicos como Olimpia. Tal vez estos juegos tuvieron su origen en ritos de paso y fueron establecidos en honor de algún héroe local, lo que relaciona de nuevo esta costumbre con un acto ritual e iniciático. Según la explicación que daban los propios griegos, todo empezó con un accidente. El primero en desnudarse, Orsipo de Mégara, corría el estadio en la Olimpiada 15 (720 a. C.) cuando perdió el vestido en la carrera (o bien se desembarazó de él para poder ser más rápido)9 y siguió corriendo hasta la meta; después Acanto de Esparta le imitó y corrió desnudo, estableciendo así esta costumbre desde el siglo VIII a. C.

Si el desnudo se liga a la actividad, al deporte y a la acción, las primeras obras artísticas de hombres desvestidos representan a seres inmóviles: los kouroi o muchachos. Se trata de hombres jóvenes e imberbes, de la edad más bella, la efebía, que avanzan hacia nosotros con una pierna, el torso frontal y rígido, los brazos pegados al cuerpo, repitiendo una y otra vez el prototipo egipcio del Imperio Nuevo del que son deudores, pero con una importante novedad: están desnudos. Los primeros kouroi tienen un tamaño extraordinario, mucho mayor que el natural, que alcanza a veces más de tres metros de altura. Hallados en santuarios y necrópolis, su imponente presencia provoca temor y protege el espacio sagrado y la tumba.


Erotismo en el arte antiguo



Estas primeras estatuas ponen de manifiesto el inquietante poder del desnudo que atemoriza y que Grecia y Roma conservarán bajo la forma del falo durante muchos siglos. Pero enseguida los kouroi se reducen al tamaño humano e inundan, a lo largo del siglo VI a. C. y primeros años del V a. C., santuarios y necrópolis en todas las ciudades griegas. Son imágenes que ya no provocan temor. Se destacan en ellos otros rasgos: la belleza de los cuerpos de adolescentes de largas y cuidadas cabelleras, la imagen del noble, del áristos, del primero, de aquel que posee arete, virtud. Entre los griegos la belleza encierra virtud, y la virtud se expresa en la belleza. Se ha construido la imagen genérica del hombre perfecto. El desnudo se ha convertido en un vestido.

Esta construcción es muy precisa y se repite casi sin variación durante siglos, tanto en la escultura como en la pintura de los vasos. La atención se dirige al bello rostro de recta nariz, al largo cabello cuidadosamente peinado, a los músculos del abdomen que tienden a formas geométricas, marcados por líneas paralelas al principio, moldeados después; o a los exagerados pliegues inguinales que rodean como un cordón el cuerpo en las primeras esculturas y que, aunque mucho más realistas después, seguirán destacándose siempre. Son cuerpos de atletas ejercitados cada día en la palestra. El pecho y la espalda son anchos, y las piernas y los glúteos fuertes. Los genitales, reducidos al mínimo tamaño, se construyen siempre igual: un pene delgado y corto, terminado en un largo prepucio y un escroto muy desarrollado, la imagen de un sexo infantil. Más de un siglo después, el ideal griego del cuerpo lo describe cómicamente Aristófanes: «el pecho fuerte, la piel brillante, los hombros anchos, la lengua corta, el culo grande, la polla pequeña».

El hombre superdotado no es sinónimo de virilidad en el mundo griego, al contrario. Un héroe como Heracles tendrá unos pequeños y civilizados genitales, como todos los hombres bellos. Con una pequeña y respingona nariz y un gran falo, los griegos dibujan la fealdad y la alteridad. Un pene enorme es ajeno a la belleza y pertenece a seres monstruosos como los sátiros, los centauros, los bárbaros o los viejos.

El curioso hecho de que los griegos practicaran deporte totalmente desnudos se ha explicado en ocasiones como una forma de testificar el poder de autocontrol del atleta, obligado a una abstinencia sexual de varias semanas antes de la competición. Aunque esta explicación es claramente insuficiente, tal vez tenga que ver con la exhibición de la moderación propia de un cuerpo entrenado y disciplinado, una curiosa costumbre relacionada con el mundo de los atletas en la Grecia antigua; la «preparación», antes del ejercicio, del pene, la infibulación o, tal vez, mejor que utilizar el término romano sea más apropiado referirse a esta práctica con uno de los términos griegos: kynodesmé o «lazo de perro». Consiste, como bien vemos en la crátera de Eufronios de Berlín, en estirar el prepucio con una mano y ceñirlo con una cinta de tal modo que no quede al descubierto el glande. El atleta de la izquierda está atándose una cinta mientras que un hombre vestido, tal vez un juez, señala los genitales de un discóbolo que no está infibulado. Esta costumbre se ha interpretado de varias maneras: como una solución higiénica, como una forma de asegurarse el control del propio falo o, lo que es mucho más probable, como una cuestión tanto práctica como estética. Para los griegos la vista de un cuerpo bello y perfecto era tan estimulante que algunos hábitos de otros pueblos de la Antigüedad, como la circuncisión, les parecían algo extraño y feo. Así describe Heródoto al «extremadamente piadoso» pueblo egipcio que «practica la circuncisión por razones de higiene, pues prefieren ser limpios a tener mejor aspecto»13. Visualmente en muchos vasos el resultado de la infibulación, ya que no se ven restos de la cinta, es un pene «rizado», como el de los sátiros que observan a su compañero malabarista en el famoso psykter de Londres, tratados aquí como esforzados deportistas, parodia del mundo civilizado de los atletas. Porque los hombres con falo infibulado suelen aparecer en contextos atléticos o en escenas relacionadas con algún ritual religioso o cívico, tal vez como señal de respeto o como connotación de sujeto ultra civilizado.

El desnudo masculino en el arte aparece en Grecia en una fecha muy temprana, a finales del siglo VII a. C., un invento que se va a convertir en uno de los más longevos en la historia del arte occidental. Las bellas estatuas de jóvenes que expresan excelencia física y virtud moral se levantan al aire libre, al alcance de la mano, en santuarios, necrópolis, ágoras. La mirada era táctil, su visión no dejaba de provocar sin duda un efecto en la libido (masculina, por supuesto). No eran imágenes neutras. Las historias míticas sobre estatuas que cobran vida o que provocan incluso pasiones eróticas son bien conocidas por los griegos. Volveré sobre esto más adelante. Si es a través de la mirada, de la luz que emanan los ojos, por donde penetran el deseo y el amor, algo tan bello como la imagen en mármol (o en bronce más tarde) de un hermoso cuerpo desnudo no podía dejar de provocarlos.

Un grupo escultórico ilustra, mejor que ningún otro, la fuerza del deseo homoerótico. El emperador Adriano se hizo una copia para su villa en Tívoli, que hoy se conserva en el museo de Nápoles. El grupo de Los Tiranicidas, hecho en 478 por Critios y Nesiotes para sustituir la anterior obra de Antenor robada por los persas, fue una de las obras más importantes e influyentes del arte ateniense. Los asesinos del tirano Hiparco eran dos amantes. El tirano deseaba, y molestaba, al joven Harmodio y, por defenderle, su erastés o amante, el barbado Aristogitón, decide darle muerte ante la multitud en el momento de la celebración de las fiestas ciudadanas. Saliendo del gentío, el joven levanta la espada, frente a Hiparco, mientras Aristogitón extiende el brazo para protegerle. La imagen, tal y como se reproduce aquí (que es la más habitual en los libros), hace que miremos la escultura desde un ángulo imposible en la Antigüedad, de frente, de tal manera que el espectador se coloca en el lugar del tirano, algo imposible, detestable, y también inviable en la realidad, pues delante de la escultura en el Agora de Atenas había una estela que impedía que ningún espectador se convirtiera en agredido. La mirada en la Antigüedad debió de ser lateral, tal y como atestiguan algunos vasos áticos.

Convertida en paradigma de la democracia de Atenas, la estatua en bronce de Los Tiranicidas se exhibía en la plaza de la ciudad, en el mercado o Ágora. ¿Paradoja del destino que un «lío de faldas» llegue a convertirse en la imagen más heroica de la ciudad, en la representación visual de la primera democracia del mundo? No. La obra de Critios, thauma idesthai, maravilla de ver, canaliza visualmente la ideología ateniense de la época. Integridad, austeridad, valentía e imagen noble del deseo viril es lo que convierte a estos dos amantes en modelo de virtud, de coraje y en la materialización misma del excelente modo de gobierno ateniense.


Fuente: Historiadelarte.us

Arte celta

El término arte celta alude a las expresiones artísticas de los llamados pueblos celtas. Es, sin embargo, una categoría subjetiva y discutida, tanto como el propio concepto de "civilización celta", ya que se aplica a un período de tiempo muy dilatado y a múltiples culturas relacionadas pero diferentes entre sí.

De hecho, la expresión "arte celta" se emplea sobre todo en relación al arte pagano tardío y cristiano temprano de las islas británicas, cuya más notable expresión son los manuscritos ilustrados altomedievales ricamente ornamentados con elementos estéticos propios del arte nativo insular. Ejemplos son el Libro de Kells, el Libro de Durrow o los Evangelios de Lindisfarne. También destacan las piedras pictas escocesas, cálices, broches y cruces celtas.

El arte celta insular, con sus característicos motivos de lazos y espirales, está estrechamente relacionado con (e influenciado por) el arte ornamental y zoomórfico vikingo, sobre todo el estilo Borre.

Características:

  1. Abstracción geométrica: se desmaterializa el arte, guardando sólo las líneas esenciales de la figura representada o incluso prescindiendo totalmente de ella (espirales, entrelazados, etc.). Las formas se reducen a esquemas geométricos.
  2. Creatividad: muchas veces la obra solo es un pretexto para dar rienda suelta a la técnica y la imaginación del artista.
  3. Horror vacui: el llamado horror al vacío, acuñado por los romanos (véase la Columna de Trajano) también es muy característico del arte celta. No se encuentra prácticamente ningún punto vacío en el espacio dispuesto por el artista.
  4. Zoomorfismo: los animales, sean una especie existente o bien de carácter fantástico, tienen preferencia a la hora de ser incluidos en la decoración céltica. Probablemente estas figuras tuvieron en su origen un carácter totémico.
  5. Predominancia de lo ornamental sobre el contenido: el artista celta puede situar una escena en el centro de la obra pero siempre se recreará en los adornos secundarios, que parecen ser lo más atractivo para él y que reflejan mejor su manera de expresarse.

En resumen, el arte céltico se caracteriza por su simbolismo y gusto por la geometría, produciendo una sensación de "caos ordenado" con sus formas abigarradas pero simétricas. No desconoce cierto naturalismo, pero estiliza lo plasmado huyendo del realismo total.

Obras del Arte Celta


El Arte Celtíbero

Su construcción más característica son los castros, poblados con recintos amurallados levantados en las cimas de los montes, que se localizan en las áreas ocupadas por los celtas en el valle del Duero o en Galicia: Las Cogotas (Ávila) y Castro de Santa Trega (Pontevedra), respectivamente.

Algo más tardía y en relación con la cultura ibérica, son las ciudades de los arévacos, algunas de ellas con gran desarrollo urbanístico como en Numancia, y otras más primitivas, excavadas las casas y calles sobre la roca como en Termancia.

La escultura está representada fundamentalmente por los verracos, figuras de animales que se asemejan a toros, protectores de la ganadería. Son característicos de esta escultura animalista los Toros de Guisando (Ávila).


Fuente: Wikipedia