jueves, 17 de octubre de 2013

El mosaico y la pintura tras la crisis iconoclasta

Más que la arquitectura, el verdadero arte nacional bizantino fue la pintura. Así como en la antigüedad clásica, griega y romana, las estructuras marmóreas de los grandes templos se decoraban con relieves y esculturas, las paredes y cúpulas de ladrillo de este arte griego cristiano de la Edad Media se revestían con decoraciones policromas de mosaico, y si no podían ser de este material rico, con frescos y pinturas. Para las composiciones religiosas, los pintores disponían de repertorios facilitados por los monjes, donde se les indicaba el lugar que debía ocupar cada personaje.
Se conservan dos tratados de la pintura, y en ellos está precisada la manera como se representarían las escenas del Antiguo Testamento, las doce fiestas mayores, los Concilios o escenas de las vidas de santos. Por esta causa, la serie de tipos bizantinos parece que debería ser de lo más fijo y matemático de la Historia del Arte, porque no sólo se disponía litúrgicamente la composición de cada escena, sino también el lugar que debía ocupar en el conjunto decorativo de la iglesia.

Así, por ejemplo, en el ábside descollaba la figura gigantesca del Pantocrátor o Todopoderoso bendiciendo y con el libro en la mano, donde estaban escritas las palabras del Señor: Yo soy la luz del mundo. Esta figura, a veces, es sustituida por la Virgen sentada en un trono, pero con el Niño en los brazos. A cada lado, dentro de la iglesia, escenas del Antiguo y el Nuevo Testamento iban en orden correlativo, para facilitar la enseñanza de su contenido a los fieles que ocupaban la nave.

La pared del fondo, en el interior de la fachada era el lugar más a propósito para el cuadro del Juicio Final, y en las paredes laterales de las naves menores se desarrollaban las hileras de santos de la Iglesia griega, cada uno con su fisonomía característica. Es interesante observar allí los rostros ascéticos e inmóviles de los santos caballeros Jorge, Demetrio, Néstor y Teodoro, vestidos con el uniforme de las milicias imperiales; los santos padres y confesores, con los largos mantos de los sacerdotes bizantinos, mientras los Apóstoles llevan aún la toga de los filósofos antiguos: unos, como Pedro, Pablo, Juan y Andrés, barbudos siempre; otros, como Tomás y Felipe, siempre imberbes.
En las pechinas de las bóvedas iban grandes serafines de múltiples alas, mientras en lo alto, dentro de las cúpulas, una faja formada por los profetas rodeaba la mano del Sumo Hacedor saliendo de una nube. Este es el repertorio clásico de los primeros tiempos del arte bizantino anterior a la querella iconoclasta, con predominio del elemento teológico sobre el piadoso o devocional; después se dio más importancia a los episodios evangélicos y aun a las vidas de los santos. Entre estos dos períodos -el teológico y el piadoso- hay que intercalar la época iconoclasta, durante la cual no se permitió en absoluto ni aun la representación de las personas divinas.

Después de la querella de las imágenes, con el renacimiento pictórico que siguió a la represión, los artistas se lanzaron con ímpetu cada vez mayor a restaurar y reproducir los antiguos iconos.

Los mosaicos fueron librados de su sudario de cal, y los frescos repintados. Pero ya no se pintó con el mismo estilo hierático y teológico de antes: se trató a las santas personas con nueva familiaridad, porque los artistas habían sufrido tanto como los iconos durante la persecución, ya que muchos habían sido mutilados o desterrados. Además, se permitieron nuevos asuntos, más íntimos, más personales. Así como en el período anterior a la persecución iconoclasta el que podría llamarse protagonista de la pintura bizantina fue el Redentor, Salvador, Sóter, después de la persecución la predilecta es la Madre, la Matertoi, la Teotokos.

Los episodios de la vida de la Virgen son las que usurpan el lugar destinado a las composiciones bíblicas. Las tiernas escenas del episodio de Joaquín y Ana, de la Presentación en el Templo, la Visitación y la Anunciación acaban por prevalecer sobre las escenas de la Pasión y Resurrección. El repertorio de la vida de María estaba enriquecido por los Evangelios apócrifos, sobre todo el Protoevangelio atribuido a San Jaime, verdadera novela mística llena de milagros y aventuras sentimentales.

Pero aun dentro del terreno teológico, se imaginó para la Madre un servicio más humano y terrenal que el que le asignaban anteriormente. Antes de la querella iconoclasta, María con el Pródromos o Precursor, ya en la Gloria, intercedían por los pecadores. Ambos, la Madre y el Precursor habían sido los primeros en reconocer al Mesías; era justo que Jesús les concediera atención especial en el Paraíso. Así, la Madre y el Pródromos son los que están más cercanos al Cristo en la Gloria. Los doctores bizantinos no se contentaron con esta intercesión permanente y regular de María, sino que concibieron algo más profundo y sublime: la oración al pie de la Cruz, cuando Jesús, ya consumado el sacrificio, y por consiguiente realizado el acto de la Redención, todavía está vivo. Crucificado y exangüe, abre los ojos para escuchar la súplica de su Madre y el Discípulo amado por la humanidad doliente. Es lo que se llama la Deesis, o perfecta plegaria, la oración al Hombre Dios todavía aquí en la Tierra..., y realizada por la Madre y Juan, los únicos que le permanecieron fieles en el Calvario.

Al mismo tiempo, cual floresta espesa, crece la hagiografía pictórica o escenas de las leyendas del santoral. Desde luego son los santos de la Iglesia griega los que procuran los temas preferidos. Para empezar, los cuatro santos principales: San Basilio, San Juan Crisóstomo y los dos Gregorios; pero, además, se concede gran atención a los mártires y confesores de Oriente y Egipto. Es interesante seguir la evolución de los estilos de pintura después de la querella iconoclasta. Se van añadiendo a las composiciones fijadas de antemano elementos anecdóticos, figuras secundarias, comparsas que llenan las escenas hasta hacer difícil reconocer su necesidad dentro de los cánones pictóricos. Las figuras se alargan y retuercen. Se ve que el artista, falto de libertad para ordenar la composición, tiene que encontrar un desahogo natural en la violencia de los gestos. Las santas personas gesticulan en lugar de hablar; se agitan en vez de moverse.

En realidad, no resulta exagerado afirmar que, bajo los Paleólogos, la pintura religiosa bizantina experimenta un verdadero renacer durante el siglo XIV, que se revela en los frescos que decoran, en Mistra, la iglesia de la Peribleptos, o, en Constantinopla, el templo de Kariye-Cami, con su dinámica y mayestática representación del Descenso al Limbo.

Esta versión de la Anastasis, pintada hacia 1310 en el ábside del paraclesion (capilla funeraria aneja a la iglesia principal) es una obra maestra de la pintura de todos los tiempos, comparable a los frescos de Giotto, en Padua, que son casi contemporáneos. Los mosaicos que recubren el interior de la Kariye-Cami y los dos nártex que la preceden, de gran calidad, son también obra de principios del siglo XIV.

En cuanto al repertorio de los pintores laicos, destacan, en las estancias del Palacio Imperial, las escenas históricas, los retratos y las florestas o jardines con ramajes. Entre las decoraciones civiles del palacio debieron de figurar asimismo escenas del hipódromo, al cual los bizantinos habían heredado la afición de los antiguos romanos, así como cacerías, cual las que decoraban los edificios de los magnates persas de Oriente.
A falta de ejemplares monumentales de este tipo, hay que imaginárselos por las descripciones literarias, y hasta a veces son las miniaturas de los libros las enseñan algo de lo que eran aquéllos. Así, por ejemplo, las escenas pintadas en el tratado de Nicandro acerca de las plantas venenosas ilustran sobre las decoraciones con jardines, y la crónica miniada de Skylitzés, de la Biblioteca Nacional de Madrid, da idea del tipo de las pinturas de historia, con sus batallas y escenas de las guerras civiles.

Se comprende que los emperadores y patricios bizantinos gustaron intensamente de libros enriquecidos con imágenes. Los Evangelios, el Octateuco y los Salterios debían de tener repertorio fijo, ya que casi siempre eran escogidos los mismos asuntos y siempre estaban representados del mismo modo. Se conservan seis manuscritos bizantinos del Octateuco con miniaturas: dos se hallan en el Vaticano, uno en Florencia, otro en Esmirna, otro en la Biblioteca de Topkapi, en Constantinopla, y otro en el monasterio de Vatopedi, en el monte Athos. Todos reproducen los mismos temas, dispuestos en el mismo orden.

También se ilustró con profusión el Salterio o libro de los Salmos, en los cuales se intercalaban pinturas con escenas de la vida de David, con alegorías místicas de los combatientes y la beatitud del alma sedienta de amor. Tanto los Evangelios como los Salmos son ilustrados con arreglo a dos tipos o series de imágenes. Unos tienen miniaturas de todo el ancho de la página; otros, sólo viñetas marginales. Estos últimos son los que usaba preferentemente el pueblo. Después de estos libros bíblicos, los más notables manuscritos de carácter religioso fueron los santorales, llamados menologios. Algunos son de dimensiones descomunales; libros imposibles de manejar como volúmenes de uso diario. Eran más bien galerías de imágenes, donde el texto iba a manera de complemento casi innecesario. La vida de aquellos santos, con todos los detalles de sus penitencias y milagros, la sabían de memoria todos los bizantinos. Algunos manuscritos, dedicados a personas principales, van precedidos del retrato del posesor, y tales miniaturas son casi la única fuente de información para imaginarnos el parecido de muchos grandes capitanes y princesas notables de Bizancio.

Respecto a los pintores de iconos, de mosaicos o iluminadores de manuscritos, se han conservado pocos nombres y muy pocos detalles biográficos, excepto de los que perecieron como mártires durante la persecución de artistas y pinturas. En el meno-logio o santoral del propio emperador Basilio II, las grandes miniaturas van firmadas por ocho artistas diferentes, dos de los cuales se titulan de las Blaquernas, esto es, pintores del Palacio Imperial, donde habría un scriptorium, o taller de manuscritos. Cada artista conserva su estilo.

Las ilustraciones de los santorales bizantinos, o menologios, presentan el curioso detalle de repetir bastante a menudo en el fondo el mismo cuadro arquitectónico, como si fuera un telón, y aun a veces se repiten las arquitecturas de los lados, las cuales avanzan a modo de bastidores. Esto ha hecho creer que lo que pintaban los miniaturistas eran escenas de teatro o de representaciones semiteatrales, de misterios. Hay referencias a estas representaciones de carácter religioso en Constantinopla; más todavía: se han conservado los argumentos que puntualizan el orden de las escenas de cinco de ellos, pero no hay ningún manuscrito con el libreto completo, y quedan dudas de si, realmente, podría llamarse a estos misterios bizantinos obras teatrales.

En las miniaturas de las Homilías, de cierto monje Jaime o Jacobo, se ha creído ver la corte entera representando en los salones del Palacio Sagrado escenas de la vida de Jesús y de la Virgen. Esta promiscuidad de los jefes de Estado y su corte con las divinas personas no debe extrañar al cabo de ocho siglos de civilización puramente eclesiástica. En un manuscrito de las Homilías de San Gregorio Nacianceno que perteneció a Basilio II, siempre que hay que representar a Jesús aparece con la cara del monarca.


Obras del arte Etrusco


Fuente: Historiadelarte.us

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