miércoles, 4 de septiembre de 2013

Francisco de Goya

(Francisco José de Goya y Lucientes; Fuendetodos, España, 1746 - Burdeos, Francia, 1828) Pintor y grabador español. Goya fue el artista europeo más importante de su tiempo y el que ejerció mayor influencia en la evolución posterior de la pintura, ya que sus últimas obras se consideran precursoras del impresionismo.

Goya aprendió de su padre el oficio de dorador, pero, decidido a dedicarse a la pintura, se trasladó a Madrid para formarse junto a Francisco Bayeu, con cuya hermana se casó en 1775, año de su establecimiento definitivo en Madrid. Bayeu le proporcionó trabajo en la Real Fábrica de Tapices, para la que realizó sesenta y tres cartones, en su mayor parte con escenas idílicas y de la vida diaria, plasmadas con colores claros y vivos e impregnadas de alegría y romanticismo.

Simultáneamente, Goya empezó a pintar retratos y obras religiosas que le dieron un gran prestigio, hasta el punto de que en 1785 ingresó en la Academia de San Fernando y en 1789 fue nombrado pintor de corte por Carlos IV.

Diez años más tarde, en 1799, pintó para el soberano el famoso retrato La familia de Carlos IV, que se considera una de sus obras maestras. Es un retrato oficial, formal en apariencia, pero en el que el autor se permite cierta ironía al plasmar a los personajes con un realismo crítico.
Goya trabajó como retratista no sólo para la familia real, sino también para la aristocracia madrileña, y de hecho entre estos retratos se encuentran algunas de sus obras más valoradas, como La condesa de Chinchón o las famosas La maja vestida y La maja desnuda; sobre estas últimas dice la leyenda popular que representan a la duquesa de Alba, quien habría mantenido con el artista una relación de tintes escandalosos. En los retratos de Goya destaca, en líneas generales, su atento estudio de las posturas y las expresiones, así como los contrastes de luces y sombras que realzan la figura del protagonista.



La maja desnuda, de Goya


La maja desnuda es una de las más célebres obras de Francisco de Goya y Lucientes. El cuadro es una obra de encargo pintada antes de 1800, en un periodo que estaría entre 1790 y 1800, fecha de la primera referencia documentada de esta obra. Luego formó pareja con La maja vestida, datada entre 1802 y 1805, probablemente a requerimiento de Manuel Godoy, pues consta que formaron parte de un gabinete de su casa.

En ambas pinturas se retrata de cuerpo entero a una misma hermosa mujer recostada plácidamente en un lecho y mirando directamente al observador. No se trata de un desnudo mitológico, sino de una mujer real, contemporánea a Goya, e incluso en su época se le llamó «la Gitana». La primacía temporal de La maja desnuda indica que en el momento de ser pintado, el cuadro no estaba pensado para formar pareja.

Se ha especulado con que la retratada sea la Duquesa de Alba, pues a la muerte de ésta en 1802, todos sus cuadros pasaron a propiedad de Godoy, a quien se sabe que pertenecieron las dos majas, en forma similar a lo ocurrido con la Venus del espejo de Velázquez. Sin embargo, no hay pruebas definitivas ni de que este rostro pertenezca al de la duquesa de Alba ni de que no hubiera podido llegar la Maja desnuda a Godoy por otros caminos, incluyendo el de un encargo directo a Goya.

En el diseño de este cuadro el dibujo es decisivo, por ese motivo y por el predominio de una gama cromática fría se nota la influencia del neoclasicismo, si bien Francisco José de Goya va mucho más allá de tal ismo.

Aunque se ubica dentro de la estética del neoclasicismo, como otras del mismo pintor, esta obra de Goya es audaz y atrevida para su época, como audaz es la expresión del rostro y actitud corporal de la modelo, que parece sonreír satisfecha y contenta de sus gracias. Más aún, es la primera obra de arte (conocida) en la cual aparece pintado el vello púbico femenino, lo cual resalta el erotismo de la composición.

Cabe destacar la particular luminosidad que Goya da al cuerpo de la desnuda, luminosidad que contrasta con el resto del ambiente, y junto a esa luminosidad la típica expresividad que Goya sabe dar a los ojos.

Si en la cultura occidental hasta Goya y desde hacía siglos casi siempre se recurría a subterfugios para representar a la mujer desnuda (por ejemplo temas míticos), en La maja desnuda tenemos a una mujer real.

Es notable que, aún dentro de la típica fuerza de las pinceladas que caracterizan a Goya, el artista se ha esmerado en el tratamiento de las carnaduras y sombreados acompañadas por la figuración sutil de las telas, la coloración se hace con un minucioso juego de verdes que contrasta con blancos y rosados y de este modo la maja casi parece suspendida mediante su brillo y delicadeza, suspendida en un espacio oscuro que ella ilumina.



Los fusilamientos del 3 de mayo

Por haber trabajado para José Bonaparte, el artista cayó en desgracia tras la restauración de Fernando VII, y en 1815 se retiró de la vida pública. En 1819 experimentó una recaída en la misteriosa enfermedad que en 1792 lo había dejado completamente sordo. Ello, unido a su nueva vida en soledad en la Quinta del Sordo, casa solariega que había comprado poco antes, debió de contribuir a la exacerbación imaginativa de que el artista dio muestras en la decoración de su nueva vivienda: catorce murales de gran tamaño con predominio de los tonos marrones, grises y negros, sobre temas macabros y terroríficos.

Puede decirse que es pionera de una nueva generación pictórica, que rompe con las costumbres artísticas impuestas por el cristianismo y el Antiguo Régimen, ya en decadencia. No tiene ningún precedente en las pinturas de guerra y es reconocida como una de las primeras obras de lo que se conoce como arte contemporáneo. Kenneth Clark es tajante al afirmar «es la primera pintura que puede llamarse grande y revolucionaria en toda la extensión de la palabra, en su temática, en su género y en su intención

Goya prescinde de los elementos del neoclasicismo imperante para representar la gesta. Coloca únicamente en el cuadro a los ejecutados y a sus poco visibles captores.

Se trata, en fin, como considera Bozal, de uno de los cuadros más apreciados y que más repercutieron en la obra de Goya y en la forma en que ha sido examinada. También, enuncia el historiador, refleja como pocas obras el punto de vista contemporáneo hacia la comprensión de la esencia de toda conflagración.

Habitualmente podría esperarse un cuadro que ensalzara al héroe como protagonista del cuadro. Bozal aprecia que Goya pudo colocar en el centro de su composición a los militares que más descollaron durante la guerra, Daoíz y Velarde, para establecer un opuesto paralelismo con aquellas obras que manifestaban el poder del emperador galo —cuyo prototipo era Napoleón cruzando los Alpes—.

El aragonés crea una composición en que el protagonismo cae en manos del colectivo anónimo que llega al más bajo estrato de violencia, diferenciándose de las estampas sobre el tema que habían publicado Tomás López Enguídanos, Zacarías González Velázquez y Juan Carrafa. Estas imágenes fueron reproducidas por José Ribelles y Alejandro Blanco (h. 1813), y para cuando Goya aborda la ejecución de sus cuadros de historia, las láminas —constituidas a modo de Aleluya— ya eran parte de la imaginación popular.


Guerra de la Independencia
“Los fusilamientos del 3 de 1808”


Cuando se marchó a Italia, en torno a 1771, durante el que ejecutó ejercicios de aire clasicista y tema mitológico o convencional.
A su regreso de Italia, Goya vuelve a pintar en Zaragoza. Emprende interesantes conjuntos de asunto religioso en iglesias de Calatayud, Muel y Remolinos, en el Palacio de los Condes de Sobradiel. Destacan de esta época sus pinturas de la Cartuja de Aula Dei y del Coreto de la Basílica del Pilar, ambas en Zaragoza.
En 1780 Goya ingresa en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando con un Cristo en la Cruz. Se le encarga pintar una cúpula y sus pechinas en la Basílica del Pilar, honor reservado a los grandes pintores de la época. En esta obra, fuertemente discutida durante su ejecución por Bayeu y los promotores, Goya rompe con las convenciones del neoclasicismo y consolida su original visión de la pintura.

Una grave enfermedad le deja sordo en 1792. Estas experiencias maduran sus dotes investigadoras y extreman sus posiciones críticas. La serie de cuadros sobre hojalata ejecutada hacia 1794 marca con fuerza el inicio de una nueva etapa pictórica. Sus retratos, principal medio de vida, ganan en vigor y autenticidad.
El cambio en su modo de pintar afecta también a su obra religiosa, como se aprecia en los extraordinarios frescos de 1798 para la iglesia de San Antonio de la Florida, de Madrid.

A principios del siglo XIX Goya empieza a apuntar temas netamente románticos, como las crónicas de actualidad -ciclo de la Captura del bandido Maragato-, las escenas de brujería, el papel político del pueblo -por ejemplo, el famoso Dos de Mayo- y la fascinación -siempre crítica, eso sí- por la violencia. Una nueva y grave enfermedad en 1819 produce un nuevo giro en el artista, fruto del cual son las fantásticas pinturas de su vivienda, la Quinta del Sordo (Madrid), donde Goya extrema su esquematismo e inmediatez en torno a temas alucinados.

Obligado a abandonar España en medio de la represión desatada por Fernando VII tras la nueva invasión francesa, Goya se asienta en Francia. Allí pintará nuevos retratos y excelentes pinturas taurinas. Es precisamente un magnífico retrato de entones -La lechera de Burdeos- el que cierra el ciclo pictórico de Goya que, en las puertas de la muerte, sigue fiel a su conocido lema: Aún aprendo.

Francisco de Goya


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