La dinámica personalidad del abad queda patente en sus dos fascinantes informes sobre la abadía de Saint-Denis y en todo lo que hizo para transformar arquitectónicamente. Según el informe de Suger la antigua iglesia Carolingia estaba a punto de derrumbarse y, además, era demasiado pequeña para las peregrinaciones que la visitaban para venerar las reliquias allí custodiadas. Entre estas reliquias estaban las de San Dionisio, Patrón de toda Francia, y sus compañeros. Suger hizo construir en el Oeste un atrio con torres gemelas y un rosetón en el centro de la fachada. La combinación de fachada con doble torre y rosetón, probablemente no había existido, aunque la edificación Oeste correspondía casi totalmente a la iglesia normando-románica de Saint-Etienne en Caen. Los pasos decisivos hacia una nueva arquitectura los dieron en el deambulatorio de la abadía Suger y su arquitecto cuyo nombre desconocemos.
La novedad que se introdujo consistió en la supresión de los muros de separación que fueron sustituidos por esbeltas columnas, de tal modo que los espacios se sobreponían fluyendo unos sobre otros en un juego de luz y sombras y creaban con ello esta expansión vertical, que representa el espíritu gótico por oposición al románico. Sabemos que esta no es solo la impresión del actual historiador del arte, puesto que el propio Suger se manifestó de manera parecida sobre sus “capillas de forma circular, en medio de las cuales resplandece toda la iglesia en una luz maravillosa e ininterrumpida de infinitos claros ventanales que atraviesa la bellaza interior”. Prosigue el abad explicando que el nuevo coro “se ennoblece” con la belleza de la amplitud y la longitud y que “ el centro del edificio fue realzado repentinamente por doce columnas… así por el mismo numero de columnas en las naves laterales”.
La importancia de la luz es, como queda claro en las explicaciones de Suger , factor fundamental en la estética gótica. Sobre el atrio y el coro que añadió a la nave carolingia en las partes occidental y oriental, Suger escribía: “Una vez unida la nueva parte posterior a la parte anterior, la iglesia iluminada resplandece también en su parte central. Pues brilla lo brillante y une lo que brilla y la clara construcción resplandece iluminada por la nueva luz”. Suger extrajo su concepto de Dios como la “luz mas importante” de las obras de Juan Escoto y de las atribuidas a “Dyonisius” que mas tarde recibió el sobrenombre de Seudo-Areopagita. Primero se pensó (erróneamente) que se trataba del propio San Dionisio, apóstol de los Galos. Dionisio había enlazado las enseñanzas cristianas con la filosofía neoplatónica del escritor Plotino, que vivió en el siglo III. Este basaba el núcleo de su argumentación en que todas las manifestaciones del ser, incluida la belleza parten del “uno” y de “Dios”. En cuanto a Dionisio, escribió: “Esta piedra o aquel trozo de madera son para mi una luz”, ya que todas las cosas visibles son “Luz material” que reflejan la luz infinita de Dios. Con todo ello Suger pudo ornamentar suntuosamente su amor, haciendo objetos brillantes como relicarios, tallas, orfebrería, vidrieras y mosaicos; eran los medios que conducían sus pensamientos del mundo material al espiritual, en tanto que el se sumergía en su resplandor como en un trance, en una concentración hipnótica.
El coro de Saint-Denis es uno de los primeros y más importantes ejemplos del empleo suntuoso de vidrieras en espacios interiores góticos, sobre todo con motivo figurativo. En el mundo gótico de Suger estas ventanas jugaban un doble papel; por una parte servían como objeto de toma de conciencia y por otro, creaban una luz ardiente, misteriosa, sobrenatural, que ofrecía en el escenario adecuado para la meditación religiosa y las experiencias ascéticas. No cabe la menor duda de que Suger reaccionaba de manera poética y sobrenatural a la luminosidad de los colores y al brillo de los oficios religiosos católicos. El católico de la edad media quería que le fueran recordadas las verdades de su religión a través de todo lo que había aparecido en su vida.
Si nos hemos ocupado tan detalladamente del abad Suger no solo ha sido por la importancia de su persona, sino también porque innumerables visitantes y constructores de iglesias de toda la edad media vieron las obras y su decoración conforme la misma luz que él. El hecho que un promotor de arte y arquitectura de la categoría de Suger escribiera un tratado sobre sus proyectos y resultados no tiene precedentes.
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