Es una técnica que al igual que la punta seca, no requiere el tratamiento con ácido de la plancha.
El grabado a buril, de bellos efectos y rica extensión de matices, desde los blancos apagados a los negros intensos, profundos, aterciopelados, por las cualidades de la materia y del procedimiento, constituye un oficio difícil y largo de aprender y un trabajo de meticulosa y paciente ejecución.
Para la talla dulce se han empleado distintos metales, pero los más usados han sido el acero, el cobre, el zinc y de preferencia el cobre. Durante el siglo XIX se grabó, junto con el aguafuerte, sobre acero. El acero da trazos muy limpios y permite hacer tiradas de más de cincuenta mil ejemplares pero, por su dureza, aunque se trabaje destemplado es muy resistente al tallado a buril, lo que cansa al ejecutante y prolonga la operación de grabar.
El zinc es más blando que el cobre, lo que acorta el número de ejemplares y resta nitidez y firmeza a los trazos, cualidades que no compensan la relativa mayor facilidad de trabajo.
El cobre ha de ser rojo y muy batido para que sea compacto, suave y maleable. Si es demasiado duro, desgasta sin ventaja los buriles y, si es en exceso blando, las tallas quedan poco francas y se desgasta rápidamente al estampar. Si es poco compacto, el buril no encuentra la misma resistencia en todo su recorrido y con facilidad se producen desviaciones que deforman los trazos.
Importante es que:
- Al imprimir no corten el papel los cantos vivos de la plancha. Es preciso biselarla. Es operación que se ejecuta con limas de diferente grosor. Finalmente se pule con bruñidor.
- La superficie de la plancha en que se vaya a grabar, ha de ser muy lisa y pulida.
- Se elige uno de los lados de la lámina que parezca más igual y tenga menos grietas.
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