sábado, 16 de mayo de 2015

El Gótico en Portugal

Los edificios góticos más notables son el monasterio de Batalha (s.XV) y el de Belem (principios del s. XVI), prototipo del estilo manuelino.

Conclusión. Francia es la cuna del gótico. En la fase protogótica encontramos los edificios cistercienses como la abadía de San Denis, y Notre-Dame de París. En el período clásico destacan las catedrales reales, Reims, Amiens y Chartres. En el período manierista destaca la Santa Capilla de París y la catedral de Rouen.

En lo técnico y estructural el Gótico lleva a la per­fección el sistema de baldaquino iniciado en Bizancio, situados estos estilos uno al comienzo y otro al final de la época medieval (Sedlmayr). La catedral gótica se construye como un agregado de «capillas» (así figura en los documentos); es decir, de tramos de nave. El arquitecto tiene conciencia de que lo que realiza es una perfecta estructura de dinámica arquitectónica formada por pilares y nervios de bóveda, de gran altura y precisión en la localización dinámica de dispersión de empujes hasta el suelo; esta estructura es diáfana y lógica, suprimiéndose lo accesorio y teniendo cada elemento un papel concreto; de aquí surge el arbotante en lugar del contrafuerte macizo. Entre los conocimientos técnicos es fundamental saber que cada tramo es como una unidad o módulo, susceptible de multiplicarse coordinativamente, para así prolongar una cadena de tramos.

Dos ejes direccionales dominan la construcción de las famosas catedrales góticas: el longitudinal axial de progresión hacia el altar (eje o camino constante en la basílica cristiana) y el vertical, que se imprime en el espacio construido y es evocado por los pilares que, sin solución de continuidad, se alzan desde el suelo hasta la bóveda y enlazan allí con los nervios. Pero ninguno de ambos ejes es ajeno a tiempos pasados; el mismo Románico de las iglesias de peregrinación acentuaba la altura y el camino direccional hacia el altar; lo que el Gótico hace es suprimir el sentido de unidad rítmica y pausadamente estructurada, tanto en longitud como en altura, de la nave central románica; ahora, al acentuar la longitud por la repetición rápida y seriada de un mismo motivo, crea ya no un ritmo pausado hacia el altar, sino una aceleración rítmica, un conjunto más continuo, aunque nos podamos dar cuenta en alguna ocasión de que es un agregado de formas repetidas, sin que exista un muro que lo envuelva todo.

El camino hacia el altar se hace velozmente perspéctico y convergente, la repetición de pilares crea una aceleración rítmica y evita que se provoque la conciencia de pausa presente en el Románico. En este camino, el crucero -muy frecuentemente casi en la mitad de la iglesia- o es más que una pausa que concentra otras cortas direcciones transversales, y que obliga a admirar desde él la grandeza constructiva para después continuar hacia el altar; éste se halla situado en la cabecera, allí donde el ritmo de repetición se hace más rápido y prieto, viniendo a ser como el varillaje de un paraguas que, por sus nervios, recoge la dirección de la bóveda para llevarla en sentido envolvente al altar. Este sentido direccional incluso se resalta con un nervio que a modo de espinazo recorre longitudinalmente todas las bóvedas (Burgos, Pamplona).

La directriz vertical es fruto de la tectónica, y, más que un eje direccional, es una multiplicación de ellos, que juntos crean el ritmo longitudinal; no es, pues, un eje compositivo, y por ello, si bien está presente en la espacialidad del templo, se subordina e incluso es parte del sentido longitudinal.

Al decidirse los constructores por este sistema, que anula por completo el muro, pensaron también en ocupar su sitio con vidrieras, pero no para aumentar la lu­minosidad del interior, pues las catedrales góticas en su estado puro (Chartres) son tan sombrías como los templos románicos, sino para poder así aumentar su evocación poético-simbólica, hasta llegar a extremos como el de la Sainte Chapelle, en la que la arquitectu­ra no es más que un marco para sustentar estas vidrieras.

El mundo europeo ha cambiado: lo civil y lo humano sustituyen a la mística religiosa; la ciudad, al monasterio; el obispo, al abad. Riqueza y poder se concentran en florecientes ciudades de comerciantes, menestrales y agricultores libres. La catedral es la aspiración de estas ciudades, timbre de prestigio y fuente de ganancias económicas; todo el grupo social participa y contribuye a su construcción. Será también, incluso, marco escénico de actividades laicas, mercado, escenario de teatro burlesco, etc.

Pero, ante todo, la catedral es el templo regio por excelencia imagen poética de la Jerusalén Celeste, un segundo paraíso, el Cielo mismo. Al ser coronado y ungido, el rey pasa a adquirir carácter sacro, al igual que el templo.

La imagen poética y metafórica del templo como cielo tiene gran tradición y apoyatura literaria tanto en la misma época como en épocas anteriores.

La luz filtrada por las vidrieras es la que fundamentalmente crea el aspecto sensible de esta espacialidad sacra y celeste, de modo que la vidriera viene a ser origen de la luz policromada, como si fueran piedras preciosas con luz propia cuyos destellos, al teñir el suelo y toda la arquitectura, le dan el mismo carácter a la piedra, que estructuralmente ya ha adquirido carácter simbólico:

«En el centro se alzan doce columnas correspondientes al número de los apóstoles, y otras tantas en las naves laterales para significar el número de los profetas; ellas sustentan el alto edificio según las palabras del Apóstol...» (Abad Suger). Las vidrieras de la iglesia, por las cuales se transmite la claridad del sol, significan las Sagradas Escrituras que nos protegen del mal y en todo nos iluminan (Pierre de Roissy, c. 1200).

“... me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo de parte de Dios, que tenía la gloria de Dios. Su brillo era semejante a la piedra más preciosa, como la piedra de jaspe pulimentado" (Apocalipsis, 21 10-12). Estas paredes luminosas como piedras preciosas delimitan herméticamente el recinto, y no lo ponen en comunicación con el Cielo porque la catedral gótica es el mismo cielo (Sedlmayr).

Por otra parte, el sentido litúrgico de los ritos se hace más complicado -sobre todo en el culto a la Eucaristía- , acentuándose los sistemas procesionales, que en la iglesia gótica encuentran un marco y coro; el resto es ocupado por los fieles, que sólo tangencialmente verán los oficios divinos, y es que, en esencia, la catedral como obra litúrgica, es sólo para los clérigos.

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